El insólito anuncio de INTERPORC

Madrid, 19 de Septiembre de 2017
Recientemente Interporc ha lanzado una campaña publicitaria en la que afirma que la carne de cerdo es blanca. Resulta llamativo que se intente hacer esta catalogación, pues la literatura científica la suele definir como roja junto a la de vaca, la de ternera y la de cordero. Incluso si aceptásemos que hay un debate terminológico, cabe preguntarse por qué Interporc está invirtiendo recursos en transmitir la idea de que la carne porcina es blanca.
En el año 2015, la OMS publicó un comunicado que señalaba lo que multitud de otras organizaciones, como la Universidad de Harvard, habían dicho anteriormente: que las carnes procesadas (como el jamón, el beicon, las salchichas, el salchichón, o el chorizo) deben ser consideradas carcinógenos de nivel 1 (junto con el tabaco, el alcohol, o el plutonio) y que las carnes rojas (porcina incluída) deben ser catalogadas como carcinógenos de nivel 2A.
Rápidamente, la industria cárnica española, en pos de defender sus intereses, puso en marcha su maquinaria económica (una maquinaria que mueve 22.000 millones anualmente), y contrató a la consultora Sprim para elaborar una campaña de contrainformación y «evangelización» (término utilizado por la propia industria) que denostase al informe de la OMS y modificase la percepción de la realidad de los consumidores.
A la hora de la verdad, aunque la industria se esforzara por desmentirlo, sabía desde hace mucho tiempo que la carne roja, y especialmente la carne procesada, tiene demasiados compuestos que son peligrosos para la salud humana, como los antibióticos, el colesterol, las grasas saturadas (que son perfectos almacenes de toxinas), o el hierro heme. Tanto es así que en un notorio artículo de la revista Meat Science, un investigador se preguntaba respecto a la carne roja: «¿Deberíamos convertirnos en vegetarianos, o podemos hacer la carne más segura?».
Interporc lleva trabajando con su estrategia publicitaria desde 2014 (antes incluso del informe de la OMS), y lo hace con una motivación clara. Catalogar la carne de cerdo como carne blanca tendría el previsible efecto de que muchos consumidores la disociarían de los muchos informes que la vinculan con el cáncer y de los muchos informes que señalan que es una pieza clave en la epidemia de enfermedades cardiovasculares y metabólicas que sufrimos hoy en día.
En el año 2015, la OMS publicó un comunicado que señalaba lo que multitud de otras organizaciones, como la Universidad de Harvard, habían dicho anteriormente: que las carnes procesadas (como el jamón, el beicon, las salchichas, el salchichón, o el chorizo) deben ser consideradas carcinógenos de nivel 1 (junto con el tabaco, el alcohol, o el plutonio) y que las carnes rojas (porcina incluída) deben ser catalogadas como carcinógenos de nivel 2A.
Curiosamente, este tipo de estrategias no son algo nuevo ni exclusivo de la industria de la carne. Mucho antes, en el año 1969, los trabajadores de la industria del tabaco intercambiaron un inquietante memorando en el que se afirmaba: “la duda es nuestro producto ya que es la mejor forma de competir con el ‘cuerpo de la evidencia’ que existe en la mente del público general’”. Es decir, que la industria del tabaco puso a sueldo a científicos y sobornó a médicos para que retorciesen la evidencia científica y sembrasen la duda entre la opinión pública. Las campañas de contrainformación de las tabacaleras dejaron para la posteridad anuncios que hoy en día hacen que nos sonrojemos ante su falta total de escrúpulos. Es previsible que, en el futuro, al mirar hacia la publicidad que producen hoy las industrias de productos de origen animal, no nos quede otra que sonrojarnos.
José Ignacio Sánchez Domínguez
Activista por los derechos de los animales