Veganismo y niños en la sociedad

Ser vegano es fácil. Ser respetuoso y no generar ningún daño no necesario a otro ser es fácil. Lo difícil, como en la mayoría de las ocasiones, es vivir en una sociedad llena de prejuicios y basada en el bienestar individual. Realmente muchas veces es agotador el escuchar las reiterativas preguntas y sentencias que nos hacen, cuando, en la mayoría de las ocasiones, ni si quiera has iniciado tú la conversación, y siempre desde el mayor de los desconocimientos.
Pero si esto pasa con un adulto, cuando además hablamos del veganismo en niños, los planteamientos se convierten rápidamente en acusaciones o juicios sobre tu imposición como padre, y te conviertes de un plumazo en padre irresponsable y autoritario, como si la educación general de cualquier niño, en cualquier aspecto, no dependiera de los valores culturales o sociales de los padres y/o educadores. Ser vegano no es sólo una cuestión alimentaría. Ser vegano es un aprendizaje hacia el respeto, sin complejidades, una forma de vida absolutamente normal para un niño. Porque los niños llevan dentro la esencia auténtica del amor. No es ajeno a ellos. Todo lo contrario. El especismo no es algo innato. Como todo lo que hace el humano, el especismo se aprende y se transmite en un proceso social.
Ser vegano es fácil. Ser respetuoso y no generar ningún daño no necesario a otro ser es fácil. Lo difícil, como en la mayoría de las ocasiones, es vivir en una sociedad llena de prejuicios y basada en el bienestar individual.
No hay que dar muchas explicaciones a un niño sobre lo que es el respeto hacía todos los seres, sin distinción de especie. De hecho, si no es por un aprendizaje respeto a lo contrario, lo natural en un niño es no hacer daño a otro ser. No conozco ningún bebé que no se ponga inmediatamente a hacer aspavientos de felicidad al ver un perro cerca de él. O que su instinto natural sea abrazar a un gatito que ronronea. O a una mariquita, un caracol o un pez. O a un cerdo, un cordero y una vaca. Nuestros hijos no han tenido que aprender de nadie a querer a sus compañeros de vida no humanos. Se han comunicado naturalmente entre ellos desde el principio. Ninguno ha sufrido daños por parte de los otros, a pesar de la corta edad ellos. Su naturaleza es la de jugar y querer.
Pero luego encontramos niños pegando a las palomas gratuitamente en el parque, o quitándole las patas a los saltamontes ante la mirada impávida de los padres. Pero ese padre no es juzgado generalmente por una sociedad cada día más impasible al dolor ajeno.
Que tu le expliques a tu hijo que nosotros no vamos a zoológicos porque la vida de los animales es de encierro y soledad, es lo éticamente incorrecto porque “no” permites que realice una actividad que toda su clase va a hacer, y que tu hijo no tome lácteos es poco más que de juzgado. Al menos, de juicio social del barrio. Pero todo eso no importa. Ni los juicios, burlas ni comentarios insidiosos nublan la felicidad de saber que tus hijos están aprendiendo la mayor de las lecciones: el respeto a la vida. La suya, a tuya, la de ellos. LA DE TODOS.
Estela Más
Activista FAA Valencia